Los movimientos asamblearios que demandan una democracia
participativa y real son cada vez más numerosos y atractivos. Personalmente
creo que son una idea estupenda. Pero creo que están abocados al fracaso si los
ciudadanos que piden democracia no empiezan a ilustrarse un poco. Y ahora me
toca argumentar a favor de mi tesis. Para ello contaré dos historias: la
primera es mi versión de cómo Platón llegó a posicionarse en contra de la
democracia ateniense. La segunda, es una historia sobre cómo el doctor House
llega a un diagnóstico acertado. Finalmente, ofreceré una síntesis con las
moralejas de ambas historias. De postre, ofrezco un breve epílogo sobre un
aspecto de la que debería ser la política educativa en un sistema democrático
genuino ¡Vamos a ello!
Platón y la idiotez
La democracia ateniense era un modelo de democracia directa.
Los ciudadanos se reunían en asambleas, debatían y votaban. Entre estos
ciudadanos había uno especialmente sesudo: Aristocles, a quien todo el mundo
llamaba Platón (su traducción sería algo así como “el de anchas espaldas”).
Platón tuvo una visión penetrante sobre la democracia: si
los ciudadanos eran idiotas, y la mayoría lo eran, Atenas estaba condenada. En
una democracia como la ateniense, los ciudadanos idiotas (la mayoría) se
dejarían llevar por los más formados/sabios/sagaces/etc. (la minoría). Así,
quienes pudieran pagar una educación mejor a sus hijos, acabarían tomando las decisiones;
el que tuviera mayor poder de convicción y más carisma podría gobernar en
beneficio propio. Y esto es lo que aprendimos de Platón: una democracia real,
en la que buena parte de los ciudadanos son idiotas está condenada al más
rotundo fracaso. Al final, las mayorías acabarían en las garras de las minorías
perversas.
Hay que decir que en la Atenas de Platón se estudiaba con
profesores privados casi tan sesudos como el mismísimo Platón, que enseñaban a
los ciudadanos a ser convincentes en la asamblea.
Como para Platón no era un problema que hubiera ciudadanos
idiotas, sino el que estos tuvieran poder de decisión, pensó que la democracia
era en sí misma corrupta. La mejor alternativa que propuso fue el gobierno del
filósofo-rey: un gobernante únicamente comprometido con el gobierno de la
ciudad, suficientemente sabio y profesional como para eludir la idiotez.
Para Platón era evidente que todos los ciudadanos no podían
dedicar su tiempo a las matemáticas: alguien tenía que cultivar, alguien tenía
que defender la ciudad y alguien más tenía que gobernarla. También pensaba que
para gobernar había que estar capacitado, es decir, el gobierno de la ciudad
era una profesión más para la cual no solo había que estar cualificado, sino
que el grado exigido era el de la excelencia.
Pero bueno, Platón dijo esto hace 2.500 años, cuando lo
último en tecnología agraria era el arado. En la actualidad no necesitamos un
filósofo-rey. Una respuesta alternativa a la de Platón, más democrática y
acorde con nuestros días, sería que podríamos convertir a todos en filósofos, al
menos en horario de asamblea. Pero yo tampoco creo que esta sea una solución
factible (tampoco me parece razonable).
¿Qué solución considero razonable y factible? Bueno, antes
de responder a esta pregunta veamos nuestra siguiente historia. ¡Acción!
Sobre cómo el doctor House da en el clavo
House es una serie de televisión en la que el personaje
principal, Gregory House, más conocido como House o doctor House, es un médico
enigmático y enamorado de los enigmas. El personaje es un genio que dirige un
equipo de diagnóstico, formado por otros médicos (cambiantes a lo largo de la
serie). El doctor House muestra su genialidad en cada capítulo.
La mayoría de los capítulos tienen una clara estructura fija:
alguien enferma repentinamente, llevan al enfermo al hospital en el que trabaja
House, el Princenton Plainsboro. El caso le parece interesante a House y lo
acepta. Él y su equipo de diagnóstico se ponen a trabajar: le hacen pruebas,
formulan teorías acerca de qué le sucede al paciente, las ponen a prueba y
fallan. Luego, casi al final del capítulo, a House se le ocurre una genial
idea, normalmente mientras que habla con algún otro personaje (Wilson o Cuddy,
casi siempre). Entonces deja a su interlocutor con la palabra en la boca. Inmediatamente
después, entra en la habitación del paciente, explica qué le pasa a este y lo
cura. Los últimos minutos se suelen dedicar a tratar los asuntos humanos
relativos a la vida de los personajes de la serie.
House llega al diagnóstico correcto una vez que ha rechazado o han
fallado varios otros diagnósticos. Los diagnósticos interesantes aquí son los
rechazados. El papel del equipo de House consiste en participar en una lluvia
de ideas. House, haciendo uso de su sabiduría, descarta las ideas que su equipo
va proponiendo. Para hacer tal cosa, aduce razones (por ejemplo, el hecho de
que el paciente tenga un sarpullido implica que no tiene cierta enfermedad). En
definitiva, forma auténticos debates entre sus médicos para llegar a un diagnóstico
correcto.
Lo que nos interesa de cómo trabaja el doctor House es lo
siguiente: descartar falsedades, idioteces, incorrecciones, etc. es un buen
camino para tomar decisiones acertadas o para llegar a la verdad. En el caso
concreto de House, ayuda a saber qué le pasa al paciente.
Platón y House: lo que hay que tener para ser demócrata
En un movimiento asambleario de carácter democrático, con
capacidad de decidir y con poder político, en el que se debaten ideas, se
exponen y se defienden, se hacen propuestas y luego estas se votan, es
necesario ser hábil jugando a dar y pedir razones. En otras palabras, hay que
saber argumentar, es necesario que los ciudadanos que toman decisiones políticas
democráticamente sepan argumentar. Y ahora explicaremos por qué con ayuda de
nuestras anteriores historias.
Lo que los filósofos sabemos desde la época de Platón, algo que
a este molestaba, es lo siguiente: lo que es falso, incorrecto, estúpido y erróneo,
puede ser presentado como verdadero, correcto, sabio y acertado, solo con tener
un mediano dominio de la retórica y un público formado por personas
idiotizadas. Para Platón, dado que estas personas ni siquiera tenían tiempo
para desioditizarse mediante la formación, la democracia era un problema.
Lo que también sabemos, gracias a House, es que saber
argumentar no consiste únicamente en saber defender una idea propia, sino también
en detectar que las ideas de los demás son erróneas, estúpidas o falaces. De
hecho, en un sistema democrático esto es importantísimo. La argumentación no
sirve para tener razón, sino para llegar a la verdad.
Entonces, ¿qué es lo que hace falta para ser demócrata? No
necesitamos ser filósofos-reyes, ni dar cursos de matemáticas o medicina. Pero
sí que es exigible que poseamos una mínima competencia argumentativa. No tanto
para defender nuestras ideas, sino para no tragarnos malas ideas, para detectar
las falacias (argumentos que parecen correctos pero que no lo son) y
falsedades, en definitiva, para que un discurso no nos parezca convincente porque
es bonito, suena bien o es incendiario, sino porque es coherente, veraz, lógicamente
válido, etc.
En democracia son estos algunos de los valores que nos han
de guiar, los que utilizamos para juzgar ideas y opiniones. Y es esto lo mínimo que a cualquiera con el
poder de votar decisiones que afectarán a todos se le ha de exigir: que sepa
distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo falaz de lo veraz. En suma, que
sepa argumentar.
Epílogo: sobre una anécdota real que viene al caso
En el verano del año 2011 di clases particulares de
Filosofía y Ciudadanía a un par de chavales de 1º de Bachillerato. Me llamó la
atención el nuevo nombre de la asignatura: “Filosofía y Ciudadanía”. En aquel
momento me parecía una aberración nominal, pues me parecía un injustificado
emparejamiento entre algo muy amplio, como la filosofía, y algo muy específico
que puede ser objeto de reflexión filosófica, como es la ciudadanía.
A día de hoy mi parecer es el mismo. Sin embargo, considero
que en las escuelas debería estudiarse una asignatura con el nombre de Lógica y
Ciudadanía Democrática. Para mí es indudablemente verdadero, y con esto quiero
decir que es verdadero con independencia de lo que yo opine al respecto, que un
ciudadano que con su voto puede hacer propuestas y defenderlas en una asamblea,
ser objeto de refutación, refutar otras propuestas, considerarlas y, finalmente,
votarlas, ha de poseer las herramientas necesarias para hacer tal cosa. De lo
contrario, la asamblea caerá bajo las garras de los más sagaces. Como dije al
principio, Platón tuvo una visión penetrante sobre este asunto.
Seguramente, los más malpensados, tenderán a creer que hablo
de lógica matemática o lógica simbólica. Sin embargo, merece la pena recordar que hay
una lógica informal, la cual se ocupa de los argumentos del lenguaje natural. Por
otra parte, también hay que traer a colación el hecho de que existe una educación
obligatoria. Dado que, independientemente del nivel educativo a que cada uno
haya llegado, en una democracia real todos son ciudadanos con igual derecho a
participar en asambleas y a votar, entonces, lógicamente, este tipo de formación
necesaria debería ser impartida en los niveles educativos obligatorios.
Excelente artículo, Esteban. Felicitaciones! Lástima que en Argentina poco tenemos de Platones o Houses; estamos, eso sí, llenos de Simpsons. Saludos!!!
ResponderEliminarGracias Verónica. En España tampoco andamos bien de Platones o Houses. Aquí Homers Simpsons. Eso sí, los movimientos asamblearios son cada vez más numerosos e importantes.
ResponderEliminar¡Qué interesante perspectiva de la cuestión! Como dice Verónica, acá en Argentina poco de "Platouse"... Pero, como siempre digo, empezar a verbalizar la cosa, es un buen camino a la acción. Saludos.
ResponderEliminarIndiscutiblemente, en los primeros años de formación se asienta la base del adulto. Coincido en que les interesamos idiotizados para, en el futuro, no protestar por ser cada vez más pobres con tablet
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